viernes, 19 de junio de 2009

Adiós

Ha sido raro… como dos amigos que se reunían por quedar bien. No quedaba nada. Nada que contarse, nada que hacer, nada que sentir. Creo que por ninguna de las partes. Esa sensación de vacío me acompaña a la cama. Y ahora, entre plumas y rayas de algodón, recuerdo la escena.
Unas escaleras empinadas que indicaban lo inalcanzable de su destino. Un salón abarrotado de recuerdos, sin lugar para el presente y mucho menos para el futuro. Pocas palabras han salido de su boca. Los silencios cortantes e hirientes me han calado hondo. Ni una broma de las de antes, ni una caricia fortuita pero estudiada. Nada. Ni una mirada cómplice, ni un gesto de satisfacción. Nada.
La conclusión: al fin la libertad. Él será libre para seguir en su monótona apatía y ella libre para buscar quien le rompa el corazón de nuevo.
Adiós a las conversaciones infinitas. Adiós a los mordiscos con sabor a besos. Adiós a las miradas furtivas que todos veían menos nosotros. Adiós a los ojos delatadores de nuestro deseo. En fin, adiós a nuestro pequeño mundo.
El amor se nos consumió, sí, pero de no usarlo. ¡Cuánto nos quisimos!

jueves, 11 de junio de 2009

¿Sólo uno?

El mundo está hecho para packs de dos.
En un restaurante.
- Mesa para uno, por favor.
- ¿Sólo uno?
- Sí, sólo uno.
Nunca preguntan “¿sólo dos?”. Y no es que dos sea un número mucho más grande que uno… Llegas a tu mesa en el peor rincón del restaurante, porque las mejores mesas están reservadas para grupos grandes. En realidad, la concepción de grupo grande es de dos a cuatro personas. (Números pares, por supuesto).
Pacientemente esperan a que te sientes. Te dan la carta y, de repente, empiezan a quitar cosas de la mesa: el otro plato, los otros cubiertos, el otro vaso, la otra copa, la otra servilleta… Vamos, que parece que ha pasado un huracán por tu mesa. Y es que no tienen mesas de uno. Todas las mesas están preparadas para dos, mínimo. Te dejan las flores. Me imagino que lo hacen por hacerte un favor y que tengas compañía mientras comes. ¿Acaso quiero compañía? Da igual. Todos deducen que sí. Pobre, es que está sol@.
En el menú las cosas más apetitosas tienen una nota: “Mínimo dos personas”. Es decir,
Que los singles tampoco tenemos derecho a disfrutar de ciertas comidas, porque no merece la pena cocinar para uno.
Después de cenar sol@, y soportar miradas de pena, decides ir al cine. Está bastante lleno, pero encuentras un buen sitio por el centro de las butacas (la parte de atrás suele estar “reservada” para parejas). Tres sitios libres (¡nadie va a ningún sitio en tan atrevido número impar!). Te sientas en el centro y estás tan content@ con el espacio extra que te proporcionan las butacas vacías de los lados.
Empieza la película y ya estás totalmente relajad@; hasta se te ha olvidado la mirada de pena que la persona de la taquilla te ha dedicado por pedir una entrada.
- ¿Sólo una?
- Sí, sólo una.
En el minuto tres de la película aparece una parejita que decide sentarse a tu lado. Pero claro, no se van a sentar separados; sería inconcebible.
- ¿No te importa cambiarte de sitio?
- No, claro.
- Como sólo eres un@ y nosotros dos…
Ya, ya veo que sois pareja. ¿No había otro sitio en todo el cine? No importa, como sólo es un@... Lo peor de todo es que además de j•o•d•e•r•t•e el sitio, te j•o•d•e•n la película con el ruidito de sus besos y sus comentarios.
Por supuesto que me alegro de que haya parejas en el mundo. Pero igual que yo respeto su elección, me gustaría que respetasen la mía. Quién sabe si con el tiempo estaremos en posiciones opuestas…
El acoso a los singles continúa. Vas de viaje y todas las habitaciones son dobles. Si la quieres de uso individual, tienes que pagar suplemento. Si vas al parque de atracciones, necesitas esperar hasta que aparece otro single, porque las atracciones también están diseñadas para packs de dos. Además, da la casualidad de que todos los que te rodean son parejas o familias con un número par de miembros.
Las bodas también son territorio hostil para solteros, sobre todo si te han colocado en una mesa con parejas. Tienes que esperar hasta que se sienten las parejas, porque no puedes sentarte en cualquier sitio, no vaya a ser que alguno de estos packs se tenga que dividir por una noche. ¡Por unas horas! Además, comerían a menos de un metro el uno del otro, que tampoco es que los estés mandando uno a cada mesa. No, se tienen que sentar junticos.
Los solteros que lean esto me entenderán perfectamente. Y las parejitas… bueno, si uno no lo entiende, ya se lo explicará el otro. No creo que ande muy lejos.

viernes, 5 de junio de 2009

Vacaciones

Y ella me dijo: “Eres el tío con el que más veces he dormido y con el que menos sexo he tenido.”
Y se quedó tan feliz, como si me hubiese dicho: “Parece que hace fresco hoy”.
¿Qué quiere que le diga? ¿Quiere tener sexo conmigo? Pero, y eso, ¿a qué viene ahora? A estas alturas de la película la verdad es ya no sé ni lo que pensar… si tan sólo pudiera saber lo que pasa por su mente sobre mí… En fin, que yo me quedé callado y tampoco le dije nada. Como siempre.
Al cabo del rato fuimos a cenar. Un restaurante en medio de las montañas, perdido de la mano de Dios, con la iluminación, la decoración y la gente justa. Los dos cominos a gusto, porque somos de buen comer. Pero había algo que me estaba llenado el estómago más que la comida, aunque no conseguía distinguir su sabor, o siquiera si me gustaba. Esta vez pagué yo. Otras paga ella. No discutimos por esos temas.
De pie en la ducha, mientras ella ya estaba en la cama leyendo un libro, o eso creo, vamos, volví a sentir que algo llenaba mi estómago. Pero, ¡si ahora no estoy comiendo! Ducha tibia. Medio vemos una peli en la tele, que a mí no me gusta nada, pero como ella la estaba viendo, pues no vamos a ser aguafiestas y ya la acabo. Mañana me toca elegir a mí.
Cuando apagamos la luz y la noto acurrucarse bajo las sábanas, noto la misma sensación de llenura que las veces anteriores, aunque mezclada con un poco de ansiedad, deseo, nerviosismo e inseguridad, sobre todo inseguridad. Voy a dormir. Pues, resulta que no puedo dormir. Y resulta que ella tampoco, porque la oigo respirar rápido, y, además, no para de dar vueltas. Parece ser que no encuentra la postura… Nos abrazamos. A los cinco minutos estamos más quietos que un mazo, pero ninguno duerme. A los 20 minutos, o eso creo, los dos dormimos profundamente.
Con la luz del día nos descubro en la misma posición en la que con toda probabilidad nos quedamos dormidos. Guerra de almohadas. Buenos días.
Comienza un día exactamente igual al anterior, pero con un poco más de ansiedad e inseguridad acumuladas. ¿Me volverá a comentar lo del sexo? Yo, por si acaso, no digo nada. A ver si con el trajín de hoy se le pasa y se le olvida.
El problema es que yo no consigo sacármelo de la cabeza, y ella parece darse cuenta de ello. Pero ¿cómo va a saber en qué pienso? Que sí, que me conoce de sobras, y es muy rápida con las personas…fijo que me lo dijo para atormentarme… Pues esta noche le planto un beso, para que se atormente ella también. Bueno, no, no vaya a ser que luego ella me dé otro.
- ¿En qué piensas? Estás con la cabeza en otro sitio…
- A ti te lo voy a decir. Nada que te importe, seguro.